El camino me ha llevado muy lejos, más de lo que imaginaba. Sé que alguien va tras mis pasos, pero no puedo evitar detenerme en mitad de la lluvia a observar este sobrecogedor paisaje. Es fantástico. Una vasta explanada, verde por el césped y sembrada de rosales repletos de rosas negras que bordean el camino secundario que sale del que yo sigo hasta un inmenso, descomunal cerezo en flor. Se le ve muy anciano, y el gris de las nubes llena de tristeza su belleza. El agua golpea, impasible, mi rostro y el agua del cielo se junta con el agua de la tierra. Algo distrae repentinamente mi atención
Siento algo aproximándose a mí. ¿Un enemigo? No tengo intención de huir más. No puedo huir para siempre, ¿verdad? Si muero aquí, nadie me echará en falta. Y si no muero, entonces me haré más fuerte. Y con este pensamiento, mi brazo desenfunda mi colosal espada cuya empuñadura posee la forma de un dragón dorado en pleno vuelo. Y la hoja descansa en el suelo aguardando la llegada del enemigo. No hay escapatoria posible, no hay escondite en el que refugiarme. Mi espada vibra con vida propia ante la emoción de la batalla, e incluso puedo escuchar el rugido latente en su interior.
Dos guerreros se encuentran ante mí. Imponentes, su aura irradia una fuerza como jamás había sentido. El primero blande un inconmensurable hacha y una imponente armadura escarlata le cubre por entero el cuerpo. Su segundo oponente porta una armadura negra como el mismísimo azabache y su arma, una gigantesca y amenazadora maza cuya cabeza está adornada con aguzados pinchos en forma de picos, descansa con la contera en tierra.
- Guerrero mitad luz y mitad oscuridad- oigo decir al caballero rojo.- Hemos venido a retarte a un combate a muerte. Mi nombre es Strast, el caballero de la sangre.
- Mi nombre es Ljubav, el caballero negro. Somos lo último que queda de Nightmare, a quien ya te enfrentaste y derrotaste en una ocasión. Si nos derrotas, nos tendrás a tu servicio.
- No tengo intención de luchar. Sólo quiero saber qué queréis de mí.
- Queremos tu elección. Estás entre la espada y la pared, y nosotros queremos que salgas de esa situación. Queremos ser libres, sometiéndonos a ti o librándonos para siempre de ti. No te queda alternativa. Lucharás.
El caballero escarlata ataca, sin previo aviso. Pero mi espada ya está esperándole. La emoción de la batalla me llena, mas no me da tiempo a disfrutar de ella. La maza del caballero negro busca mi cuerpo. Esquivo el golpe interponiendo de nuevo mi espada a la vez que empujo al caballero rojo hacia atrás. Están perfectamente compenetrados. Cuando uno ataca, el otro retrocede o se aparta y viceversa. Son demasiado rápidos para el pesado equipamiento que ambos llevan encima. No, no son humanos. Detengo los increíblemente rápidos golpes que ambos lanzan, evaluando la situación y buscando el momento perfecto. Y lo he encontrado. Una brecha en la guardia del caballero rojo tras desviar uno de sus ataques me permite encarar fácilmente al caballero negro, haciéndole errar el golpe al golpear su arma en pleno vuelo con la mía. Lanzo una patada al caballero rojo, que ya está empezando a recuperarse, y consigo impulsarle dos metros hacia atrás acertándole en el pecho con un sonido parecido al de un gong. Pero el caballero negro sigue atacando. Vuelvo a bloquear su ataque e inicio un rápido contraataque. Mezclando tajos y estocadas a toda velocidad, consigo que retroceda unos metros. Con el impulso del salto, descargo un golpe descendente a la vez que canalizo la fuerza por mi espada. Mi enemigo lo esquiva en el último segundo y la fuerza descargada abre tres brechas en el suelo, que convergen en la punta de mi hoja. El caballero rojo, mientras tanto corre hacia mí. Con una velocidad imposible, interpongo mi arma entre el hacha y mi cabeza. Y de nuevo contraataco. No pienso rendirme.
Tres horas de batalla que parecen eternas. Comienzo a sentir pesados los brazos. En mi brazo izquierdo se abre una herida, apenas un rasguño, pero duele. En mi rostro se ha abierto otro que cruza mi pómulo izquierdo. No tengo otra opción. Tras un encuentro fatal de las tres armas, consigo empujar a ambos oponentes y ganar un respiro, en el cual aspiro aire y me concentro. Un aura de luz y un torbellino de oscuridad me envuelven...
Me siento... cálido. Mi pecho me arde mientras en él se dibujan unas líneas plateadas semejantes a tatuajes tribales. Mi pelo y mis ojos se vuelven azules, y en mi espalda nacen dos hermosas alas emplumadas de color negro. Abro los ojos y miro a mis dos enemigos, boquiabiertos.
- No me rendiré- esbozando una sonrisa, me dirijo hacia ellos con estas palabras.- No puedo caer aquí. No puedo caer habiendo llegado tan lejos. Todavía me falta un largo camino por recorrer. Hoy llueve... pero más tarde saldrá el Sol.
Sin esperar su respuesta, vuelvo a iniciar mis ataques. Recompuestos a velocidad asombrosa, bloquean a duras penas los golpes. Hacha y maza brillan, y trazando una cruz lanzan una honda de energía en forma de aspa. Pero eso me da tiempo para poder cargar la fuerza necesaria para mi ataque final. Con un destello aparezco por encima de ellos. Una enorme bola de energía, mitad luz, mitad oscuridad, se forma por encima de mi mano izquierda, alzada sobre mi cabeza. Batiendo mis alas me sostengo en el aire mientras ellos me descubren... ya demasiado tarde.
Al contacto con el suelo, la bola de energía estalla provocando una onda expansiva luminosa rodeada de rayos negros que lanza por los aires a ambos guerreros. Una vez en el suelo, vuelvo a mi forma humana. Me acerco a ellos.
- Nos has derrotado, Kareth Dylan. Estamos... a tu servicio.
Los dos guerreros se desvanecen poco a poco. Sus armas han quedado clavadas en el suelo por la contera, cruzados el cabezal de la maza y las hojas del hacha. Todo el cansancio se agolpa sobre mí y me hace clavar una rodilla en tierra para no caer al suelo. Me apoyo en mi espada.
Hoy llueve...
La lluvia, despiadada, me tortura con sus gotas que parecen más esquirlas frías de hielo y que amenazan con perforarme. Pero no puedo levantarme.
Las nubes comienzan a disiparse...
Siento la calidez del Sol ascendiendo por mi espalda hasta mi nuca. Alguien me agarra del brazo.
- Levanta- me dice una voz de mujer.- Puedes hacerlo. Continúa el camino que yo no pude continuar.
Mi mirada se encuentra con esos dos ojos azules, tan familiares y a la vez tan desconocidos, que sonríen por ellos mismos. Está tirando de mí para levantarme. Y con su ayuda, lo consigo. Pero cuando quiero volver a verla... ya no está.
Hoy llovía... pero ya ha salido el Sol. Siento su calidez en mi rostro mojado. Estoy agotado, pero me siento... bien.