Ni siquiera estoy pensando en la melodía, pero mis dedos se mueven por inercia recorriendo los trastes de la guitarra. ¿Qué estoy haciendo? La he tocado tantas veces que me la sé de memoria, ni siquiera me hace falta pensar la nota que viene después, ya que antes de eso mi dedo ya se dirige al traste correcto. Es como esas veces que ni siquiera escuchamos a la persona que nos habla pero asentimos inconscientemente para disimular que no estamos prestando atención. Como cuando, andando sin rumbo perdido en tus pensamientos tus pies se mueven solos y te llevan al lugar que sueles visitar a menudo en la ciudad, o te conducen por el camino que tomas normalmente. Es algo prodigioso de la mente humana. Mientras las notas de la melodía resuenan en el aire, ésta ejerce extraños influjos sobre mí conduciéndome por los enormes pasillos sin final de la biblioteca que conforma mi mente y mis recuerdos. Abro los libros y en ellos veo imágenes. Veo una bonita fuente y a un hombre mayor con gafas ligeramente oscurecidas y sombrero sentado en uno de los bancos del paseo. Una elegante gabardina beige y unos pantalones y zapatos a juego completan su vestuario; una sonrisa de oreja a oreja me transmite paz y serenidad.
Romance anónimo
Cambia la melodía, pero mis dedos parecen tener vida propia y la imagen se desvanece y vuelve a aparecer ese bello libro de lomo rojo bermellón. Sonrío, y parece que ésta melodía me conduce a un nuevo libro, en esta ocasión azul cielo y muy fino. Entre sus páginas aparece un hermoso rostro de piel de marfil, ojos aguamarina y cabellos dorados. Su bella sonrisa me hace olvidarlo todo a mi alrededor. Quizá es por eso que todo lo demás es de color negro. No, no es eso. Simplemente es de noche. Las estrellas brillan sobre nosotros, pero esa linda cara transmite más luz que cualquier bola de gas incandescente que haya en el cielo. Siento sus labios en los míos y me doy cuenta de que he cerrado los ojos. Es tan bella...
Concierto de Aranjuez - Joaquín Rodrigo
De nuevo cierro el libro y lo devuelvo a su sitio. Una nueva melodía guía mis pasos hasta un enorme tomo que parece una enciclopedia de color marrón rojizo. Apoyado en una mesa cercana, al abrirlo se me aparece al instante un hombre no muy mayor, con gafas y una poblada barba bien cortada que adorna su cara. Su pelo oscuro ya conserva algunas manchas blancas. Está tocando la guitarra y yo escucho embobado y sonriendo. Una mujer sentada a su lado le escucha con una gran sonrisa. Su pelo castaño también presenta pequeños mechones blancos. Pero ambos me dan seguridad y calma en su presencia. Pero también nostalgia.
Mi favorita (Mazurka) - Anónimo
Al devolver esa enciclopedia al lugar que le corresponde, me doy cuenta de que sin quererlo me dirijo hacia otra estantería en la cual hay un libro de tamaño medio y lomo de color verde esmeralda. Entre sus páginas me esperaba la imagen de un joven un año mayor que yo, de ojos de un color verde y gris y pelo negro alto como las columnas de una catedral. Habla animadamente y se ríe, y yo sin poder evitarlo me río también, contagiado por su alegría. Al lado, riendo, otro chico algo más alto que yo y con el pelo largo y negro y ojos castaños. Varios chicos más, todos de diferente edad están reunidos alrededor de una de las máquinas expendedoras, gritando y pegándole a la máquina porque se ha tragado una moneda de un euro. Y todos nos reímos por las tonterías que decimos. La alegría de estar con ellos me hace sentir bien.
Náufrago - Sôber
Al cambiar drásticamente la melodía, de nuevo mis pies cobran vida nada más posar el libro en su estantería y me dejo llevar por las notas que empujan mi cuerpo hacia otro libro de cubierta negra, fino y delicado. De nuevo aparece ante mí un bello rostro cuya piel clara aunque ligeramente bronceada me hace estremecerme al estar tan cerca. Las maletas y la guitarra se encuentran a mi lado, posadas en el suelo. Sus ojos oscuros poseen una luz sobrenatural y me atrapan sin remedio al acercarme más y más a ella y terminar fundidos en un fuerte abrazo.
Si amaneciera - Saratoga
Una vez más, mi cuerpo me obliga a coger un nuevo libro. Su color azul marino me hace sonreír antes incluso de abrirlo. Las páginas pasan volando y se detienen en una bonita imagen. Sentados en el césped, un chico de cabello negro y piel broncínea y yo cantamos a dúo una canción mientras yo toco la guitarra. Una felicidad instantánea me invade y la sonrisa que ya esbozaba se ensancha al máximo.
Dos finos arroyos surcan mis mejillas sin que ésto haga desaparecer mi sonrisa cuando la melodía termina. Este es el poder de la música. Recuerdos que duran una melodía, recuerdos que perduran para toda la vida.