domingo, 7 de agosto de 2016

Promesas de papel

Qué mala costumbre, sentir algo especial por alguien que crees especial. ¿Es realmente especial? No, es sólo lo que ves tú. Esa euforia repentina que te invade tan sólo porque esa persona siente lo mismo por ti... Qué sensación tan maravillosa, y peligrosa. Porque de la misma manera que empieza puede acabar. Y ese sufrimiento se hará mayor cuanto más tiempo pase.
Te das cuenta de que realmente quieres y "necesitas" a alguien cuando ya no le tienes. Te das cuenta de que todo lo que has pasado con él/ella, de que todo lo que habéis hablado, al final no es nada en comparación con lo que pudo haber sido.
Las promesas, en esos casos, son unos de los elementos más peligrosos, pues sólo son de dos tipos: las promesas de hierro, aquellas que no se rompen, que se guardan y poco a poco van oxidándose en el cajón del olvido pero que a pesar de ello siguen ahí; y las promesas de papel, las que una vez que se acaba todo se rompen y no se vuelven a recuperar.
Promesas... Siempre promesas, que al final nunca se cumplen. Es lo único que tienen ambos tipos de promesas en común.

No tengo muy claro si ésto es una disertación filósofo-antropológica o simplemente es una parrafada sin sentido en la que me desahogo por un desamor. Podéis interpretarlo como queráis. Pero lo que está claro es que esas promesas que yo tenía guardadas eran de hierro. Y siguen ahí. Y las suyas... Bueno, las suyas eran de papel. Promesas de papel.

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